Cuando la noche es oscura como el fondo de un pozo, y encuentras un lugar de acampada de noche después de varios kilómetros de húmedos y deshabitados caminos , no hay nada más reconfortante que calentarte al calor de una hoguera.
Te instalas, conoces nuevos compañeros de afición y revives momentos con quien hace tiempo
no compartes estos momentos.
Charlas…
…y brindas con té mauritano recién hecho mientras dicen que el planeta sigue girando.
El caso es que a la mañana siguiente el sol comienza a salir de nuevo.
Otros, con menos majestuosidad pero mucha gracia, también.
Reavivamos la lumbre. Donde hubo fuego, quedan rescoldos.
Y en el frío amanecer te tomas un café expresso calentito para despejar cuerpo y mente.
Por la mañana se divisan ciervos ignorantes del futuro próximo que les espera,
mientras las serpientes juegan con la ignorancia de sus espectadores.
Las bocas de lobo que fueron algún día agujeros negros que atravesaban antiguos convoyes…
…nos engullen en sus fauces oscuras y polvorientas…
pero logramos salir de ellas.
Atravesamos densos pastizales con la mirada puesta en viejos castillos señoriales.
El camino sube montañas para ver más tiempo el sol sobre meandros del Guadiana…
…y baja hasta el siguiente valle.
El paisaje te invita “a parar” más allá del borde del camino para su contemplación.
Atravesamos de puntillas arroyos de agua fría y cristalina.
Caminos desdibujados en grandes fincas de caza mayor propiedad de famosos banqueros.
Y realizamos operaciones quirúrgicas para reparar un pinchazo (o cuatro) por laparoscopia
para poder continuar nuestra ruta y llegar a casa, donde más y mejor se saborean los momentos vividos durante un fin de semana.
Saludos